“En este mundo hay dos tipos de ciegos, los peores de todos son aquéllos
que no quieren ver. Aprovéchate de ellos”, me decía siempre enganchado a
alguna botella de cerveza. Siempre se definió como un cobarde de ideas
revolucionarias y en su última actuación había decidido pasar al ataque y mostrar
esas ideas al mundo.
Terminó de arreglar su viejo y
raído traje de rombos blancos y negros, se colocó su sombrero de cascabeles y se
subió a un viejo cajón de madera que utilizaba como maleta para llevar todos
sus artilugios. Encima del cajón observaba a la gente esperando alguna
respuesta pero nadie lo estaba mirando. Siguió a algunas personas haciéndoles
burla pero todas huían asustadas. Empezó a hacer cabriolas y volteretas pero
seguían sin hacerle el más mínimo caso. Se paró en medio de la calle y con cara
de enfado se giró hacia su cajón, sacó dos bocinas de gas y subiéndose a él las
accionó al mismo tiempo haciendo un ruido atronador y consiguiendo así llamar
la atención de todos cuantos pasaban a su alrededor.
-¡Perdonen mis métodos pero
necesitaba llamar su atención! Permítanme que me presente: soy un bufón. Veo en
sus rostros que esta afirmación es evidente e igualmente estúpida, pero al no
tener nombre es la única manera de la que me puedo presentar. Sin más dilación,
espero que me regalen un poco de su tiempo y así poder mostrarles un poco de mi
arte-. Y sin previo aviso la caja se movió haciendo que tropezara y cayera al
suelo de bruces. La gente se arremolinó con cara de asombro ante semejante golpe
pero él sin avisar pegó un salto y se puso de pie. Todo el mundo lo miraba con
cara de asombro hasta que entendieron la broma y empezaron las carcajadas.
-Somos capaces de las más grandes maravillas, de realizar auténticas
proezas. Pero desde pequeños nos meten tanta mierda en la cabeza que no somos
capaces ni de saber quiénes somos realmente.
Tenía a la gente extasiada con
sus malabarismos y sus bromas. Estaba en su pleno apogeo. Durante cuarenta minutos
estuvo haciendo trucos de magia, malabarismos, figuras con globos… todo el
repertorio completo. Mientras recibía los aplausos finales subió al cajón y se
dispuso a dar un gran discurso:
-Señoras y señores, antes de mi gran número me gustaría decir unas últimas palabras. Somos la más imperfecta de las creaciones. Todos y cada uno de nosotros vamos pasando cada uno de nuestros días desperdiciando oportunidades de hacer realidad todos nuestros sueños. Perdemos la oportunidad de hacer felices a personas que ni siquiera conocemos pero sólo nosotros, por un azar del destino, somos capaces de hacerlo. Sin embargo, día tras día, momento tras momento, seguimos mirándonos el ombligo. Se empeñan en borrar nuestra propia voluntad, en que seamos uno más del rebaño haciéndonos olvidar que todos y cada uno de nosotros somos individuos únicos y maravillosos.
La cara de la gente era un
auténtico cuadro. La mayor parte de ellos lo miraba con extrañeza y el resto se
movían impacientes esperando a que terminara para ver ese gran número. Él vio
todo eso en sus rostros. Vio cómo todos ellos buscaban la diversión sin
importarles ni una sola de sus palabras. Su cara cambió a la total depresión.
Se dio cuenta de que ninguno de ellos cambiaría, no antes de ver el número
final.
-Señoras y señores, perdonen las
palabras de este estúpido y viejo bufón. Ahora los deleitaré con mi gran número
final-. Todos aplaudieron eufóricos. -Desde hace tiempo he de decirles que
encuentro cierto placer en la pintura y he llegado a perfeccionar mi arte hasta
ser capaz de realizar una obra en unos pocos segundos. En un momento voy a plasmarles mis ideas en esta
pared que tengo a mi espalda-. Tras recibir las ovaciones pertinentes, bajó del
cajón y buscó dentro sus herramientas.
“La gente no cambia nunca...” Se levantó, se giró y mostró la más
terrible y real de sus caras. “…Sólo si
los llevas a una situación extrema...”. Levantó el brazo mostrando una pistola
y se la llevó a la boca “...son capaces
de vislumbrar la posibilidad de otro mundo posible”. Echó la cabeza hacia atrás
y, sin más ceremonias, apretó el gatillo.
Literalmente plasmó sus ideas en
la pared. Después de los gritos y las llamadas de socorro la gente no dejaba de
mirar el cadáver. Pude ver cómo todos y cada uno de ellos cambiaban. Les había
dado con la realidad en la cara y desde ese momento ya no volverían a ser los
mismos. Vi sus caras y supe que si mi amigo, “el bufón”, pudiera ver lo que
había conseguido, se reiría de su última broma. Y sobre todo, de ver cómo esas
caras mostraban la conmoción de haber visto la realidad de una vez por todas.
Puedes leer más relatos del Bufón en http://egosumquosum.wordpress.com/
Todos los derechos reservados El Bufon ©